lunes, 17 de octubre de 2011

Destrucción de las playas y la fauna marina


Por: JUAN GOSSAÍN / CARTAGENA DE INDIAS | 9:28 p.m. | 06 de Diciembre del 2010/ El Tiempo

"El alcatraz que vuela entre mis sueños lleva en su enorme pico una quimera..." (Walt Whitman, Hojas de hierba).

Una mañana de mayo pasado, los viejos madrugadores del pueblo de Marytown, perdido en las costas que bordean el sudeste de los Estados Unidos, se levantaron como todos los días a echarles unas migajas de pan a los pájaros marinos que merodean con mansedumbre por los patios y que se han ido convirtiendo en sus amigos.

Lo que vieron los dejó espantados: las gaviotas de cabeza negra, que son tan bellas, también tenían negro el plumaje. Del pico les goteaba una mancha babosa. No podían levantar el vuelo de la arena, con las patas hundidas en una masa de chapapote pastoso, como el asfalto cuando se derrite. Una de las gaviotas miró a la gente pidiendo ayuda.

Según cuentan los testigos, más allá de la playa, cerca del río, tres garzas morenas habían muerto con los ojos despepitados. El guiso espantoso que navegaba corriente abajo, matando todo lo que se le atravesara, era la mezcolanza de petróleo crudo de la empresa British, que cayó pocos días antes a las aguas del Golfo de México .

A esa misma hora los alcatraces de la bahía de Santa Marta , al norte de Colombia , desayunaban su ración cotidiana de buñuelos de carbón. El periodista Antonio José Caballero , grabadora en mano, esperaba en la playa el regreso de los pescadores que habían salido a trabajar temprano. Mientras aguardaba, la cámara de su teléfono celular retrató la pala enorme de un barco carbonero que arrojaba al mar el polvo negro que sobró en las bodegas.

A esa misma hora, en las playas legendarias de Juanchaco y Ladrilleros, cerca de Buenaventura, los lancheros de cabotaje que llevan carga y pasajeros por los pueblos que se arraciman en las orillas del Pacífico limpiaban sus motores preparándose para un nuevo día de trabajo. Como si fuera la cosa más natural del mundo, arrojaban al mar el contenido de unos tanques repletos de residuos de gasolina, queroseno y diésel. Un langostino magnífico, que medía un jeme, iniciaba el día tomándose su primera taza de combustible. Cuando vi la fotografía en El País de Cali me dieron ganas de echarme a llorar.

A esa misma hora, en la zona industrial de Cartagena de Indias , abierta sobre la bahía del Caribe resplandeciente, los trabajadores de una compañía empacadora se sentaron a desayunar en los comedores de su empresa. En ese momento volvieron a ver, como venía sucediendo en las mañanas más recientes, que una nata de tizne cubría la superficie del café con leche, y que una mermelada negra, tan semejante al betún de limpiar zapatos, se había pegado al pan y al queso blanco.

Entonces, no aguantaron más. Se levantaron todos, sin que nadie los hubiera convocado, y comenzaron a golpear los platos contra los mesones. La algarabía se oyó en media ciudad. Las autoridades ambientales ordenaron el cierre de un muelle vecino, que se dedica a cargar carbón a cielo raso, sin mayores precauciones ni cuidados, sin tubos cerrados ni conductores protegidos. Seis días después el muelle fue reabierto.

A esa misma hora, en la región acuática de La Mojana, que cubre un gigantesco territorio húmedo de los departamentos de Bolívar, Sucre y Antioquia, bajaban resoplando los ríos Cauca y San Jorge, que se desbordan en caños y ciénagas. El apóstol Ordóñez Sampayo, que se ha gastado la vida defendiendo de la contaminación a campesinos, cosechas y animales, apareció en la plaza de Guaranda con el dictamen médico en la mano: los doctores certificaban que los tres niños que nacieron deformes tenían mercurio en el sistema sanguíneo.

El terrible mal de Minata, como lo saben los japoneses, porque las empresas en cualquier parte del mundo, en Tokio o en Majagual, arrojan porquerías químicas a las corrientes, y primero se pudren las aguas, y después nacen degenerados los peces y los camarones, y después nacen sin ojos los niños cuyas madres, en aquellos caseríos extraviados de la mano de Dios, consumen esa agua y esos pescados.

En las cabeceras de ambos ríos, las compañías mineras, que buscan oro entre la tierra, hacen sus excavaciones con un sancocho de mercurio y ácidos. Arroyos y acequias se llevan el mazacote. Los bocachicos mueren con la boca abierta en los playones. Las espigas de arroz no volvieron a crecer.
En medio del desastre causado por las inundaciones, y como si fuera poco, las yucas harinosas de antes florecen ahora con un hongo químico a manera de cresta. El hambre campea entre los pocos ranchos que no se ha llevado el invierno. Las emanaciones de las lagunas huelen a lo mismo que huele un laboratorio de detergentes.

Hay que decir, también, que los empresarios mineros se defienden diciendo que Ordóñez Sampayo está loco. Claro que está loco: ningún hombre cuerdo expone su pellejo ni dedica su vida entera a defender a un ruiseñor, una mojarra, un plátano pintón, una mazorca de maíz o a una mujer embarazada que carga un fenómeno en el vientre.

Epílogo

Aquella mañana, cuando los pescadores de Santa Marta regresaron a la playa, el periodista Caballero los acompañó en su tarea de descamar y abrirles el buche a los escasos pescados que traían.

-¿Qué es eso? -preguntó, intrigado, al ver unas bolas negras en el estómago de un bagre.

-Carbón, amigo -le contestó uno de ellos, levantando el animal-. Pelotas de carbón. Eso es lo que comen ahora.

Caballero tomó más fotografías y se las llevó a algunos funcionarios de la industria carbonera.

-No se preocupe -le contestó el gerente-. Vamos a construir un nuevo muelle de última generación.

-No lo dudo -dijo el reportero, con una mueca de dolor que parecía sonrisa-. No lo dudo: será la última generación.

El día que Caballero me contó esa historia, y me enseñó sus fotografías, ya no sentí ganas de echarme a llorar, como la vez aquella del langostino bañado en combustible. Lo que sentí ahora fue rabia. Cuando ya no quede una sola hoja de acacia, cuando el último pulpo haya muerto atragantado con ácido sulfúrico y cuando nuestros nietos nazcan con un tumor de carbón endurecido en la barriga, entonces será demasiado tarde. Dispondremos de computadores infrarrojos de última generación, pero ya no habrá agua para beber; los celulares de rayos láser se podrán comprar en las boticas, pero el sol no volverá a salir; los niños encontrarán el algoritmo de 28 a la quinta potencia con solo cerrar los ojos, pero dentro de 20 años no sabrán de qué color era una golondrina.

Los invito a todos a ponerse de pie antes de que se marchite el último pétalo. Usen el arma prodigiosa del Internet para protestar. Hagan oír su voz. Que el correo electrónico de los colombianos sirva para algo más que mandar chistes y felicitaciones de cumpleaños. Porque, si seguimos así, el día menos pensado no quedará nadie que cumpla años. Ni quién envíe felicitaciones.

JUAN GOSSAÍN

La Hidra de Lerna. Mitología



Reflexión
Hidra en la Mitología: Monstruo del lago de Lerna, con siete cabezas que renacían a medida que se cortaban, muerto por Hércules, que se las cortó todas de un golpe. RAE
Los mitos han enriquecido la vida y la cultura de la humanidad durante toda la historia. Para los antiguos griegos los mitos formaban parte de la religión, con una gran variedad de dioses con sus héroes y heroínas. En los mitos, los griegos intentaban explicar los orígenes del mundo, la naturaleza, aventuras de los dioses y héroes, y de la gran variedad de criaturas mitológicas.
La Hidra de Lerna forma parte de la mitología griega, y según Hesiodo en su Teogonía era hermana de Quimera y del Cancerbero, y descendiente de Tifón Equidna.
Era la Hidra de Lerna una criatura dentro de un cuerpo de serpiente que tenía su guarida en el lago pantanoso de la zona de Lerna al sur de Nafplio, en la provincia actual de la Argólida, en el Peloponeso.
La Hidra fue llevada al lago por la diosa Hera para molestar a los habitantes de esta zona por ser la patria de Heracles o Hércules. Considerada como un terrible monstruo. Ni las flechas, ni la extraordinaria fuerza de Hércules podían matar a la Hidra. Quienes hablaban de ella la consideraban indestructible ya que por ningún medio podía ser vencida.
Hera, fue considerada en el Olimpo la diosa del matrimonio, era hija de Cronos y de Rea. Comida y vomitada como todos sus hermanos, fue violada por Zeus a quien abandonó por un tiempo cansada de sus infidelidades refugiándose en la isla de Eubea. Zeus logró convencerla y Hera segura de sus sentimientos hacia el dios, regresó al Olimpo.
Su odio por el semidiós Hércules era motivado por los celos, ya que al ser éste hijo de Zeus y de Alcmena, Hera lo consideraba como una de las infidelidades de su esposo. Diosa vengativa y celosa intentó por varios medios acabar con la vida de Heracles. Uno de los de los intentos se produjo cuando dos serpientes venenosas fueron puestas en la cuna del recién nacido mientras dormía. Hércules estranguló una serpiente con cada mano, y su niñera lo encontró jugando en la cuna con los cuerpos de ellas.
La Hidra de Lerna, serpiente acuática, monstruo de cuyo tronco emergían más de cien cabezas, entre ellas la central que en ocasiones se representaba con rostro humano. Ningún ser podía acercarse a ella, porque sus fauces exhalaban un aliento mefítico que causaba la muerte a quien se atreviera a cruzarse ante su presencia. Cuando alguna de sus cabezas era cercenada dos nuevas volvían a aparecer. Se creía que tan feroz monstruo controlaba la puerta de entrada a los infiernos.
Euristeo, rey de la Argólida y primo de Heracles, cobarde, impedido física y moralmente para gobernar, temeroso de perder el trono le impuso a Heracles el trabajo de matar el monstruo. Heracles conociendo la fama de la serpiente, llevó consigo a otro héroe, Iloao, y en un carro de fuego se dirigieron al lago. Heracles disparó sus flechas encendidas hacia la caverna, obligando al monstruo a salir. Serpenteante la serpiente fue atacada por Heracles con su espada curva cercenándole una cabeza, pero el héroe al ver que ésta se reproducía se desconcertó y se inventó nuevos métodos para matarla. Hera, envió en ayuda de la hidra, un cangrejo gigante, carcino el que mordió a Heracles en el talón. El héroe tuvo que suspender su lucha con el monstruo para aplastar el cangrejo y matarlo. El cangrejo fue acogido en el cielo, y de él se formó la constelación de cáncer.
Con tizones ardientes los héroes quemaron las carnes de la Hidra, incendiando todo el bosque, impidiendo que emergieran más cabezas. De la feroz batalla sobrevivió la cabeza central que se creía inmortal. Heracles la rebanó y la enterró en el camino que unía a Lerna con Eleunte, poniendo sobre la cavidad una inmensa roca.
Hércules hundió sus flechas en la sangre venenosa de la Hidra para hacerlas letales. Luego de dar muerte al terrible monstruo regresó con Iolao a Micenas.
El mito de la Hidra de Lerna ha sido tema tanto de conferencias como de disertaciones religiosas. En los años 1692 y 1693, en los condados de Essex, Suffolk, y Middlesex, en el estado de Massachusetts, Estados Unidos, se hizo notoria la persecución a las brujas seguidos de juicios judiciales que terminaban castigando a los inculpados en la horca. Los más sonados juicios se llevaron a cabo en la ciudad de Salem por el Tribunal de Oyer and terminer, (Escuchar y determinar).
Todo comenzó cuando dos adolecentes, hija y sobrina de un presbítero se inventaron la historia cuando les sobrevino una enfermedad que no pudo ser controlada por los médicos, de que eran perseguidas por los espíritus. Las jóvenes culparon de sus dolencias a la esclava de su familia y a una indigente a las que acusaron de haberles hecho la brujería que las llevó a enfermarse.
La mentira desató una histeria colectiva dentro de la población fanática e ignorante. Las personas detenidas, juzgadas y condenadas a la horca fueron cientos. Nadie podía demostrar su inocencia una vez detenido, lo único que podía salvarles la vida era acusar a otras personas de practicar la brujería. De esta manera todo el mundo terminaba acusando a todo el mundo.
Fueron las jóvenes quienes, tal vez por remordimiento o por alguna otra razón, resolvieron confesar su mentira. El padre, el reverendo Samuel Parris se trasladó a otro condado con su familia, pero el daño estaba ya hecho.
Muchos fueron los predicadores que después de tan terrible episodio amonestaron a la población poniendo como ejemplo el tenebroso caso de la población de Salem y demás condados. Los reverendos amonestaban en sus prédicas a sus congregaciones mostrándoles cómo la mentira, el chisme, la envidia, conducen a grandes tragedias, a injusticias, a la miseria, la cárcel y aún la muerte.