miércoles, 14 de abril de 2010

Matanza paramilitar

Matanza en el pueblo de El Salado por el bloque “Héroes de los Montes de María” (¿Pueden estos llamarse héroes?) Autodefensas Unidas de Colombia o paramilitares…
OPERA TRÁGICA
“Los días previos a la matanza de ese viernes 18 de febrero de 2000 y que sitúo desde antes del 31 de diciembre del 99 fueron de gran desazón y angustia para los saladeros. ‘¡Que esta noche se meten!, ¡que mañana!, ¡que el viernes!’, en fin una fecha aplazada que para todos siempre fue esperada por la forma tan cruel de tortura sicológica con la que se promocionó” advierte Marianela.
El preludio de horror de El Salado, según nuestra testigo, “se inició dos días antes, en la noche del miércoles 16 y la tarde del jueves 17 de febrero, cuando los paramilitares entraron a Canutal, Canutalito y Flor del Monte, en Ovejas, Sucre, a bordo del fatídico helicóptero y varios jeeps, camiones y tractores, para posteriormente dirigirse a San Pedro, en límites con El Salado, de donde se fueron para las veredas de San Rafael, El Cielito, Patevaca y Bajo Grande, en donde asesinaron a otros 42 campesinos” recuerda.
La temida ordalía de sangre se inició con la llegada de las ‘autodefensas’ por los once caminos que mal unen a El Salado con otros pueblos de la zona y a bordo del helicóptero, “la cual no viví en su comienzo, pero si en su final, pues ante los rumores de lo que podía estar sucediendo en los pueblos cercanos le dije a mi marido, '¡vámonos para donde mi hermana!' que habitaba en una hondonada a media hora del pueblo”.
Prosigue: “Ensillé dos burros y me encaramé en ellos junto a mis tres pelaos, tres gallinas, agua y algo de vitualla, tras horas de insistirle a mi marido Cástulo, (nombre también fingido) para que nos fuéramos, quién se negaba a irse, pero que al verme salir también ensilló otro burro y se vino con nosotros”.
La muerte ya se paseaba oronda por la región y esa noche, según Marianela, “los paramilitares al percatarse de la presencia de nosotros en la casa de mi hermana, nos lanzaron desde el cerro cercano cilindros de gas llenos de dinamita y tuercas, algunos de los cuales nos cayeron cerca sin herirnos, pero el trueno de su explosión nos asustó mucho e hicieron mucho daño, al tiempo que los sobrevuelos de otro helicóptero rociaban de bala todo alrededor”.
“Mi marido nos dijo, '¡vámonos pa’l monte que allí no nos ven y las balas tampoco nos dan!', pero que va, varios de ellos nos obligaron a regresar a la casa de mi hermana y allí, luego de obligarnos a hacerles un sancocho con las gallinitas que habíamos traído para nosotros y de decirnos que en la única parte en la que podríamos protegernos ‘de este ataque de la guerrilla’ era en el pueblo, nos dirigimos nuevamente hacia allá”.
Al llegar, la estridencia de la música se sentía por todos lados y cualquiera hubiera pensado que se trataba de la celebración de la Virgen del Carmen. “Pero que va –recuerda Marianela-, la masacre llevaba ya casi 24 horas, amenizada con vallenatos, champeta, drogas de todas las clases y ron y cerveza del que habían sacado de las cantinas y tiendas del pueblo y del que ellos mismos habían traído”.
Guiados por un encapuchado "habían convocado por altoparlantes al pueblo en frente del playón de la iglesia y un rato después se dividieron en grupos y se fueron casa por casa a sacar a los que se habían quedado escondidos".
La macabra fiesta mientras tanto seguía. “Cada media hora, tocaban el bombo de la banda musical del colegio y entonces pasaban a alguien ‘al papayo’, después de ser señalado por el encapuchado que los acompañaba. A muchas mujeres las violaron varios tipos delante de sus familiares y el pueblo y a una después de ultrajarla le cortaron los senos, los brazos y la cabeza viva, tras lo cual la empalaron ensartándola desde sus partes nobles, acusada de ser la mujer de un jefe guerrillero. A otros los mataron a punta de mona y con garrotes y a otros con un destornillador inmenso, mientras esos criminales se drogaban y emborrachaban sin ninguna compasión por las víctimas. A los que mejor les fue los mataron a tiros, mientras que a otros los machetearon inclementemente y a todos les dieron el tiro de gracia”.
La muerte también rondó a los paramilitares. Marianela recuerda: “A una de esas bestias asesinas, al tratar de quitarle desde afuera y por una ventana el picaporte de la puerta de una casa que se encontraba cerrada, el dueño que estaba adentro, al que después trocearon en pedacitos vivo, le mochó el brazo de un machetazo y sus lamentos se unieron a los de las otras víctimas, antes de morirse desangrado mientras sus compañeros masacraban a los del pueblo”, señala.
RETORNO INFERNAL
“Nos regresamos como nos fuimos, en los mismos burros y por el mismo camino pero sin las gallinitas ni el agua ni la vitualla que habíamos llevado, siempre con el Credo en la boca. Al llegar, mi hermana salió a buscar a mi mamá a su casa pero allá estaban los demonios esos que tras ultrajarla la mataron. Mi madre se salvó porque, a pesar de sus años, se escondió. Sin embargo la balacera contra todo lo que se movía seguía desde el helicóptero.”
El dolor de los saladeros no motivó la compasión de los victimarios. “Mientras casi todos llorábamos e implorábamos para que no nos siguieran matando, ellos se reían, nos mandaban a callar con amenazas de muerte, se drogaban, bebían y bailaban en medio del carnaval de muerte que habían armado y con el que gozaban”.
De la matanza no se salvaron siquiera los niños. “A una pequeña después de hacerla comerse un cardón (cactus) la dejaron al sol para que se muriera por insolación y sed. A otra adolescente, la violaron junto a su mamá. A un señor de edad, al que le habían perdonado la vida, otro de esos asesinos drogados lo mató de un tiro disparado con frialdad”.
A las tres de la tarde del sábado 19 de febrero de 2000 y tras escuchar por un equipo de radio que cargaban consigo que miembros de la Infantería de Marina se dirigían al lugar, los paramilitares abandonaron el sitio sin prisa, después de recoger las últimas botellas de licor que aún les quedaban por beber.

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